jueves, 25 de octubre de 2007

Inacción en el establo semivacío.



Obra de la pintora cubana Zaida del Río.



“(...) esperando cada día, cada noche, esa otra luz
que no vigila la persecución de algún objeto”.
Reina María Rodríguez, en Violet Island

Me engullo la codicia y el ruido del agua que dejaron mis padres
sobre la mesa/ me trago hasta la última palabra que no dijeron/ aquel
error de cálculo cuando mi madre ovulaba sin guantes blancos/ ademanes y explosiones de un quinqué que encendió a destiempo./ Lo mastico todo/ hasta el polvo de mis muertos y el alquitrán en mis narices./ Ya no tengo tiempo para tanto drama aburrido/ para tanta aparición inmóvil que me ronda/ Todo se cuece y se hace pensamiento/ náusea que no cesa/ rebuznar de campana justo a la hora suicida/en aquel sexto piso con balcón indiferente./ Vuelvo a la esquina a buscar nuevos brotes y sólo encuentro un sexo improbable/ agujero de establo semivacío/ migas que alguien esparció cuando la liviandad se volvía tedio./ Estoy desnudo frente a la cruz, cae la piedra y se comienza a cerrar el nudo sobre mi cuello. /Amanece en la región antigua y todo huele a toalla húmeda/ a pupila seca/ a oxígeno impuro en un retablo que nunca ha llegado a parecerme ajeno./ Los párpados legañosos intentan limpiar mis suciedades/ comen de mi alimento con impúdicos gestos de hambre insatisfecho/ me corroen por dentro,las asperezas/ rinden culto a un cuerpo que cambió y acumuló adiposidades para siempre./ El tiempo es fusilado sin juicios sumarísimos/ es el arte de una legalidad que clava su aguijón entre las carnes de los vivos./ Lo improbable vuelve a ser ecuación segura/ anhelo de paraíso cercenado por la vida./ Mientras tanto, yo sigo allí, en la mesa abandonado a la inacción/ al desdén de la pesada puerta/ simulando tanta delicia que atraviesa mis entrañas/alimentándome de las migas dejadas por los otros.


Hoy en Buenos Aires

¿Anclado en la isla?



"Dualidad", obra de Zaida del Río.








“No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles.
Y en los mismos barrios te harás viejo;
y entre las mismas paredes irás encaneciendo.
Siempre llegarás a esta ciudad”.
C. P. Cavafis



Siempre llegaré a esta ciudad de espalda al río
con alfileres en el corazón y navajazos en los bolsillos
escuchando canciones que me recuerdan los escasos zapatos que tuve
y aquel pantalón de colegio azul – como la isla - que mi madre
lavaba en las noches y colocaba detrás del refrigerador para planchar a la mañana.
La vida ya no es como antes,
mi placard se ha llenado de camisas de todos los colores
las que siempre quise tener y sin embargo tienen poco uso,
decenas de pantalones se doblan indiferentes entre mis perchas de la abundancia,
pero persiste una rara incertidumbre de que mi piel ya no es mía,
me sigue confundiendo esa sobresalto de querer llenar todos los vacíos del alma,
como si la existencia estuviera ceñida a abarrotar ausencias materiales.
Me siento solo sin parque en un banco de barrio con faroles rotos
y vuelvo a montarme en el cachumbambé de tablas carcomidas y hierro oxidado,
intento atestar nuevamente esa maleta de madera verde mambí que hizo mi padre,
apodada “el botiquín” por mis compañeros de clase,
pero ya no me avergüenzan tanto los motes y las risas contagiosas.
Una extraña mezcla de sabores y olores ya no vienen de la cocina de mi madre
no tuve posibilidad de llegar a su entierro
se despidió en la reja de casa y nunca más quiso abrir sus ojos/
tampoco conozco la tumba donde sosiega su cuerpo,
y no he podido llevarle aún un ramo de flores amarillas/
sus rosas se ponen a miles de kilómetros de donde descansa
desventajas de vivir en una isla sitiada.
Mientras los vaticinios viajan entre las líneas del horizonte
mi hermana sigue poniendo sus vasos de agua con cascarilla
para ahuyentar los malos ojos y reza todas las noches pidiendo salud
y la prosperidad que no llega.
Trato de inventar palabras pero sigo anclado en ese pedazo de tierra colorada
con un extraño olor a asfalto calcinado
y me resisto culturalmente a localismos y voces que me suenan ajenas,
aunque acabo de recibir otra carta de ciudadanía.
Mañana seré otro mapa otra calle otros itinerarios vagaré por otra ciudad
cual tórrida siesta provinciana de la que no quiero despertar,
saldrá el sol tímido desde este culo del mundo y me descubriré sentado
en la otra vereda donde miraba pasar a los apátridas
para, entonces, todo me será groseramente indiferente
como las encrucijadas de los caminos que se bifurcan
y ya no conducen a tierra firme.


Juan Carlos Rivera Quintana
7 de diciembre 06.

Imperfectamente la nada



Obra de la pintora cubana, Zaida del Rìo.





“(…) el ojo lascivo/
socavando la pesada mugre del tiempo/ enamorando”.
El David, de Francisco Morán.


Ni siquiera fantasear que existe algún deseo/
una metáfora perdida en cierta esquina opaca.
Ni siquiera imaginar que haya arrojado su cuerpo
en el camino, despojado sus ropas, saciado su sed/
con el vino ácido de un cántaro roto,
donde atan sus tristezas los bienaventurados de este mundo,
los peregrinos.
Yo conocí a cierto señor con embarcaciones de poco lastre/
las bendecía con los reflejos proveniente de algún faro fantasma
en la medianía ignota de una isla con mala prensa/
las lanzaba al mar con la furia de Odiseo,
sin pensar en algún puerto seguro
sólo en un derrotero ilusorio fuera de sus costas,
en una escapada a tiempo.
Somos imperfectamente la nada/
esa luz irreflexiva que lo cobija todo
sin pensar en los animales cabizbajos que van al matadero.
Somos imperfectamente la vigilia/
las escaramuzas y equívocos de algún pescador
que se pierde en la inmensidad que lo eterniza.
Somos la nada imperfecta/
un grano de arroz tendido al pie de un plato de lentejas rancia
que nadie come/
peces claros que saltan dentro de la tarralla y el morral
para terminar sin cabeza, puestos en orden de prioridad
en alguna sartén con poco aceite.
Somos imperfectamente el deseo
el impasible ocio que atraviesa la ventana
para dar luz a un velador estéril,
donde alguien lee este tonto poema
imaginando marineros y putas que invitan a beber
sin aliento en ciertas tabernas con puerto oscuro de fondo.
Siempre el instante imperfecto del encuentro/
eternizará el incurable hedor a tregua en alguna cama al amanecer.

27 junio de 2005.
Buenos Aires, día húmedo si los hay.