martes, 30 de noviembre de 2010

Olga Orozco: El embrujo de las palabras











Cartel de René Ascuy, afichista del cine cubano.

Por: Juan Carlos Rivera Quintana.


Desaparecida hace casi cinco años, su poesía causó gran impacto en el mundo de las letras hispanoamericanas. Con su obra intentó: "trastornar todos los tiempos, confundirlos, barajarlos; resucitar a los muertos; vivir otras vidas".

Siempre recordaré a la poetisa argentina Olga Orozco leyendo un poema de su libro Los muertos (1952) a un absorto grupo de escritores, en el centro cultural "Babilonia", mes y medio antes de su desaparición física. Aquella noche, su poema parecía un presagio. Le costaba trabajo respirar y se notaba muy cansada, triste y enferma. Aún así mantenía la voz grave y la dicción impecable: "Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero./ Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,/ el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas/ la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y alucinaciones,/ y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer/(...) Ellos han muerto ya./ Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno./ Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento", terminó recitando en esa ocasión y durante casi cinco minutos aplaudimos a aquella mujer, mezcla de hechicera y maestra, de avecilla rara y melancolía.

A Olga le gustaba definir a la poesía como el intento de apremiar a Dios para que hable y decía que los poetas creen en las palabras como si fueran mariposas en libertad. "En cambio, los académicos parecen entomólogos exponiéndolas incrustadas en alfileres".

Con más de quince poemarios publicados a lo largo de su carrera profesional, Olga comenzó su vida creativa en l946 cuando vio la luz su primer cuaderno poético: Desde lejos y cerró su ciclo con el libro: Relámpagos de lo invisible (1998). Sin dudas, su cuadernillo más conocido y recordado se trata de Con esta boca, en este mundo, que se editó en l994. Sobre dicha obra, ella reconoció que "estaba hecha de ausencias, agonías y pérdidas" En sus 43 años de prolífico trabajo, donde convirtió su poesía en una de las piezas capitales de la literatura latinoamericana acumuló, sin buscarlos, un sin fin de premios municipales, nacionales e internacionales. Quizás los más conocidos fueron el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes, obtenido en l980; el Primer Premio Nacional de Poesía de 1988 y el prestigioso Premio Juan Rulfo de Literatura, alcanzado en l998.

Amiga de las grandes poetisas y escritoras argentinas del siglo XX, mucho se ha hablado de sus relaciones fraternas con Victoria Ocampo y Alejandra Pizarnik. Entre ellas siempre fue acogida como una poeta mayor.

Como el mar en un cuadro

"Ella está sumergida en su ventana/ contemplando las brasas del anochecer, posible/ todavía./Todo fue consumado en su destino, definitivamente/ inalterable desde ahora/ como el mar en un cuadro,/ y sin embargo, el cielo continúa pasando con sus/ angelicales procesiones/ Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste;/allá lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, /como/ si nada,/ y alguien en cualquier parte levantará su casa/ sobre el polvo y el humo de otra casa (...)/, declaraba en su poema Mujer en la ventana y casi parecería como si hablara de su propia existencia.

Nacida en Toay, La Pampa, el l7 de marzo de 1920, tuvo una infancia feliz y alegre en una casa quinta rodeada de árboles frutales, pájaros y flores. Olguita, como le llamaban sus amigos, aprendió a construirse desde pequeña un mundo propio de magias y esoterismo. De grande ya redactaba horóscopos para varias publicaciones, tiraba las cartas del Tarot y practicaba el espiritismo para "conversar" con sus seres queridos ausentes. Quizás ello explica el gusto por las historias de fantasmas y aparecidos que le contaba su abuela María Laureana.

Su padre era un siciliano que pisó América en el 1900. Su madre, una chica preparada para el matrimonio de la sociedad de San Luis. En 1936, la familia se instala en Buenos Aires, donde Olga se graduará de maestra y continuará estudios en Filosofía y Letras. Allí conoce a los poetas Nora Lange y Oliverio Girondo, con quienes comienza a introducirse en el mundo de la intelectualidad porteña. Para entonces, también conocerá a Enrique Molina y Alberto Girri, entre otros. Con muchas de estas voces integrará la llamada "generación poética del 40" y colaborará con la revista Canto.
Sus labores literarias también las desempeño, en esta época, junto a su quehacer como actriz de radioteatros. Se cuenta que su voz profunda era la ideal para hacer papeles de madre dolida, de perversa y de bruja.

La primera ocasión que vi a Olga Orozco, durante un café literario, dirigido por la poeta Josefina Arroyo, en l998, le escuché decir que coleccionaba piedras. Escribía sus poemas rodeada de una piedra negra que le regaló su primer amor; otra de Sicilia, obsequiada por su padre, y una pequeña de San Luis, donde se crió su madre, porque la ayudaban a evocar momentos de su vida y le daban fuerzas y energías para seguir insistiendo ante la cuartilla muda. En aquella ocasión confesó que escribía para contestar sus propios interrogantes porque creía que la poesía era eso: "una permanente pregunta".

Olga no sólo coleccionó amores y lectores incondicionales, sino también amigos en toda Latinoamérica. Su desaparición física, a fines de 1999, después de un mes de agonía en coma profundo, atravesando pesadillas y vigilias sin memorias, consternó a todo el mundo intelectual. No sin razón, Juan Gelman, durante la presentación que hizo de la obra orozquiana para la entrega del Premio Juan Rulfo de Literatura, había advertido ya que: "su poesía no admite el consuelo de la razón y se convierte así en consuelo del amor. De tanto laberinto recorrido Olga ha visto que la belleza nos ciñe en su trama y nos rehace".

La labor creativa de esta poeta y el embrujo de sus palabras- por transparentes y profundas- terminan por hechizarnos y convertirnos en mejores seres humanos. Sin dudas, consiguió, como se lo propuso: "trastornar todos los tiempos, confundirlos, barajarlos; resucitar a los muertos; vivir otras vidas".

lunes, 8 de noviembre de 2010

Sincronía vital en cautiverio







Obra del artista cubano Manuel Mendive ("La traición")






Un pequeño pez se me escurre de la boca
Aletea casi vivo y se zafa de nuevo de mi anzuelo
Antes de caer oblicuamente al agua inerte
Que lo volverá a entrenar para que no pique con gula comida extraña,
Maldigo, intento capturar con impaciencia y bromeo con que vuelva a aparecer
Pero no sucede porque preferirá morir de hambre
Aunque – como decía mi madre – el pez por la boca muere.
¿Será que juego a la grulla con las patas mojadas
o sigo metiendo la cabeza en el agua para no ver lo que ocurre?
El paisaje se torna resbaladizo, anómalo y hasta con olor a captura barata,
Pero yo sigo pensando en mi peje que no regresa a danzar entre
El espejo de agua opalina y mis piernas que se resisten a estancarse.
Una rana salta de mi boca y se mantiene callada, muda
Gira y tuerce su camino buscando algo que no halla,
Teme ser devorada en esa ley de la selva en que se han convertido las palabras y los disimulos. Mira de lejos y advierte tarde que un pico
de pájaro la destrozara irremediablemente,
Para continuar esa cadena alimentaria, apodada sincronía vital.
Verdinegra la rana se agita agresiva pensando en su mala suerte
y muere del susto…el pájaro la desecha, pues no está acostumbrado
a comer animales indefensos e inertes. Su pasatiempo está en la lucha,
en ese cierto temblor que provoca el salir a buscar el alimento
cerca de una charca insular que se quedó paralizada en el tiempo
pero donde aún hay animales extraños que pugnan por quedarse
y su instinto de conservación es lo único que los mantiene vivos.
En mis ojos se amotinan un grupo de lagartos en cautiverio
Intentan rectificar un paisaje que se ha tornado gris en demasía
Despiden olores de reptiles en celo que buscan vírgenes árboles
Donde recostar sus largas colas y sus ingenuas cabezas.
Un silencio se apodera del espacio, petrifica los cuerpos
Y mis lagartos caen bocabajo al pretender volar para salir huyendo.
Entre mis piernas ha crecido un flamboyán de vivos colores
Se mece alegre aunque no haya rocío que lo bañe
y pide a gritos su pasaporte de vida: algún nido para sentir el gorjear de los cascarones rotos. Entonces el cielo se contrae y un tornado
lo desclava todo de cuajo. Chorrea un agua compacta con sabor a memoria
y el ciclón embiste con fuerza borrando del mapa el pequeño islote.
Sólo queda en pie una ceiba con un cartel clavado en su tronco
donde puede leerse con muchas faltas gramaticales:
“la conplicidad es una henfermedad que mata como el cilensio”.


Buenos Aires, 8 de noviembre, sin cartillas ni tornados
que depuren.