lunes, 25 de julio de 2011

Ámsterdam: con la paleta de Rembrandt y Van Gogh




Texto y foto: Juan Carlos Rivera Quintana.







Si algo caracteriza a la mágica ciudad europea de Ámsterdam, ubicada entre la bahía de Ij (al norte) y las orillas del Río Amstel, al sureste, en Holanda, y asentada sobre un lecho arcilloso y pilares de madera que en la actualidad son reemplazados por pilares de hierro y hormigón, es esa pátina colorida y alegre que caracterizaron la paleta de dos de sus más emblemáticos pintores: Rembrandt y Van Gogh.

Y es que Ámsterdam, con ese pincelada de tulipanes de vivos colores, muy propia del Renacimiento holandés – a modo de telón de fondo - y esos edificios de barnices coloridos y disímiles, con detalles de cornisas y frentes de pintorescos hastiales, propios de una original arquitectura de los siglos XVI y XVII; canales y puentecillos, parece más bien una estampa romántica de otro siglo. Fundada en el siglo XII como un pequeño pueblo pesquero, ubicado de forma insegura sobre un pantano en la boca del Río Amstel, actualmente, es la urbe más grande de Holanda y un gran centro financiero y cultural de traza internacional, donde se respira jovialidad, tolerancia, apertura, liberalismo y capacidad de disfrute.

En esa ciudad sobre el agua, asentada en decenas de islas unidas por centenares de puentes - como decía un amigo - todo está al alcance de la mano… hasta la belleza. Baste tan sólo con aventurarse a viajar en bicicleta (que superan el doble de sus habitantes), tomar un barquito-bus por sus cautivadores canales o montarse en un tranvía para comenzar a disfrutar de sus encantos y empezar a descubrir los secretos de esta urbe que hizo del agua un recurso valioso y navegable y que gracias a su canalización controla el cauce del río en numerosas vías navegables, que son una acertada vía de transporte y comunicación.

De no ser por la tierra recuperada al mar (pólders) y el inteligente sistema de diques levantado, la ciudad sufriría continuas inundaciones. Pero, Ámsterdam es hoy día varios palmos de tierra, en forma de media luna, en pleno corazón del Randstad, que engloba las ciudades de Utrecht, Rótterdam; La Haya, Leiden y Haarlem, convertido en el epicentro del comercio de Europa del norte y una pujante y modernísima ciudad

Sus 7 mil monumentos y construcciones declaradas de valor histórico, sus más de 50 museos públicos y privados – entre los que se destacan la Casa de Ana Frank (la niña judía alemana mundialmente conocida por su Diario íntimo, donde desnuda la crueldad del nazismo, en los Países Bajos, durante la Segunda Guerra Mundial); el museo de Vincent Van Gogh; el Het Koninklijk Paleis, o Palacio Real y el Rijkmuseum, o Museo Nacional (que exhibe una colección única de pintura holandesa con obras tan importantes como “La Ronda nocturna”, de Rembrandt; “La Lechera”, de Vermeer o “La mujer en su baño”, de Steen)-, sus céntricas plazas y parques, hacen de esta urbe de amplía cartelera cultural y espectáculos al aire libre un sitio de diversión durante todo el año, con un promedio de visitantes de alrededor de 1,5 millones de turistas anualmente.

Entre historia, molinos y cultura hippie.

Y aunque Holanda y los Países Bajos, durante la Segunda Guerra Mundial, mantuvieron posiciones neutrales, ello no les salvó de la invasión alemana y muchos de sus habitantes murieron de hambre y frío y se deportó a la mayoría de la población judía a campos de concentración, donde murieron inhumanamente. Debido a esta triste historia, Ámsterdam se propuso ser tolerante y ello la convirtió en refugio de la cultura hippie, en la década del 60, de la que aún se pueden observar vestigios en el modo de vida de sus habitantes, como el visitado Museo de la Marihuana y el Hachís y los Coffee Shops o cafés donde se puede comprar y fumar marihuana libremente, elegida por su precio, efecto o nombre y donde se puede hallar desde la clásica “jamaiquina” hasta la poderosa “amnesia”, de cultivo local). Estos cafès están autorizados a vender, a mayores de 18 años, hasta cinco gramos diarios de marihuana por persona, de extraordinaria pureza, el máximo tolerado por las autoridades del país para posesión y consumo.

Pero si de descansar se trata es preferible irse a uno de sus 1.500 hermosos y coloridos cafés y bares a degustar una buena copa de vino o una cerveza artesanal con alguna picada de fiambres y ver pasar, frente a los ojos, los yates y barquitos por los canales con sus tripulaciones alegres y de festejos siempre o visitar las reconocidas galerías de arte, ubicadas en su mayoría en el pintoresco barrio del Jordaan, (con calles que exhiben nombres de flores y plantas) donde pueden verse y adquirir el quehacer de los artistas más vanguardistas de la ciudad, en galerías tan renombradas como la de Diana Stigter, Annet Gelink o Gabriel Rolt, donde se exponen pinturas, fotografías, esculturas y hasta obras performáticas.

Tampoco se olvidar - porque sería casi sacrílego - una visita al Museo de Van Gogh, ubicado en la calle Paulus Potterstraat 7, e inaugurado en 1973, cuyo diseño del afamado arquitecto japonés Kisho Kurokawa, recuerda varias formas geométricas, como conos, óvalos y cubos, en una agradable mixtura constructiva y filosófica de las culturas Oriental y Occidental . Esta pinacoteca de lujo tiene una excelente curaduría y en esa atinada selección se puede contemplar la colección más extensa y valiosa de retratos, autorretratos y paisajes bucólicos del artista holandés, con la técnica de pinturas en óleo y acuarelas (840 pinturas y más de 1.000 dibujos, además de acuarelas y litografías), y seguir con detalle la traza de su reconocida obra, signada por su desdichada vida sentimental, su falta de reconocimiento, su epilepsia y su suicidio, o comparar sus cuadros con los de otros pintores contemporáneos del siglo XIX que fueron sus seguidores y amigos, como Paul Gauguin, Camille Pissarro y Adolphe Monticelli, algunas de cuyas piezas forman parte de la colección permanente de la institución. También se exhiben objetos personales del artista, junto a la correspondencia que mantuvo con su hermano Theo y hasta videos relacionados con el trabajo de restauración de muchos de sus cuadros, entre los que se destacan: “Almendros en flor”, “La casa amarilla” y algún que otro autorretrato con sombrero alón.

Y si su estadía rebasa los dos días, entonces, le recomiendo visitar el casco histórico, el barrio más antiguo de la ciudad, conocido también como “la muralla” pues la mayoría de sus canales corren paralelo a ese valladar, que incluyen el barrio rojo (donde las prostitutas se exhiben en escaparates) y el barrio chino, límites que dan al puerto y a los alrededores de la plaza principal, la del Dam, (que lleva precisamente este nombre porque fue en ese lugar donde, allá por el siglo XIII, se construyó el primer dique de la ciudad) y, por supuesto, la zona de los canales Leidseplein y Rembrandtplein con sus parques y casas de diversos estilos , tiendas, teatros, hoteles e incluso alguna escapada, también, al mercadillo de Waterlooplein, en el barrio judío, donde podrá adquirir ropa vintage, muy barata, de creativo diseño y conservación.

Nada, que al parecer ese aire de viñeta de otro siglo - romántica y bohemia - y el espíritu desprejuiciado de sus moradores son los que le han sabido dar a Ámsterdam un sitial de preferencias entre los turistas del mundo entero.

domingo, 24 de julio de 2011

Amy Winehouse: una avecilla confundida con voz de otra época




In memoriam de Amy Winehouse: "Tears Dry On Their Own".


Amy Winehouse (septiembre de 1983-julio 2011), la famosa y controvertida cantante de soul britànica con una poderosa imagen retro aggiornada y actualidad para la industria del entertainment; la chica del peinado de nido, la desgarbada figura, los oscuros tatuajes en los brazos, donde llevaba una muñequita Betty Boop y el nombre de su abuela Cinthia, los trastornos alimentarios y las drogas ha muerto con apenas 27 años, en la cima de una carrera que auguraba innumerables momentos agradables, premiaciones y èxitos.... lo tenìa todo hasta un jugoso contrato con la disquera multinacional Universal, una editorial y una empresa de management y todo lo perdiò en un segundo de desatino porque no pudo aprender nunca cómo convivir con la pesada fama. Ha muerto en su cama y en su casa de Londres, en el ecléstico y mundano barrio de Camdem Square, sola y sin nadie que la auxiliara.... los medios sensacionalistas del mundo hablan de una sobredosis de droga y de paràlisis de un corazón cansado de los excesos, aunque los forenses que se la llevaron a la Morgue de St Pancras no han emitido su veredicto final y deben esperar por el análisis toxicólogico que puede demorar varias semanas.

El sàbado 23, después de las 16:05, cuando fue encontrada sin vida en su mansión, los medios de todo el planeta se hicieron eco de la noticia y se armò el revuelo mediàtico, como cuando informaron de sus malos pasos en las ùltimas presentaciones musicales, de sus fraseos desafinados y los chiflidos con que fue recibida en su gira suspendida por Europa, màs exactamente en Serbia, cuando subió al escenario tambalèandose y balbuceante por el alcohol, tapada por las coristas que se percataron que la chica mala del rock britànico, que fue educada en el BRIT School, una eficaz academia para futuras estrellas, con la voz de otra època no estaba en condiciones de cantar por su enfisema y su disfonìa ni la canciòn de la Pàjara Pinta.

Cuenta algunos periódicos europeos que Amy estaba sola en su casa, salvo por el hombre de seguridad que tenía contratado, desde hace un par de años, para que cuidara de ella. Había dicho a su guardaespaldas que "quería dormir un rato". Cuando el hombre de traje negro entró a su habitación para despertarla se "dio cuenta de que no respiraba" y avisó de inmediato al servicio de ambulancias de Londres.

Atràs deja Amy una carrera cimentada por los escàndalos, las rehabilitaciones del alcohol y las drogas, los desamores y las incomprensiones, pero también por las grandes canciones con que supo deleitarnos, como aquellas sencillas y profundas de su primer CD, de fuertes influencias jazzísticas, titulado: "Frank, en el año 2003, y su segundo disco, "Back to black", donde exhibía su fascinación por el mundo del soul de la década del 60 y la música jaimacana, que le valieron el favor de la crìtica musical internacional y muchos premios de su disquera y el mundo. El éxito de canciones como "Rehab", donde contaba de su esfuerzo por dejar los escándalos, el alcohol y las drogas en una clínica de rehabilitación, lograron consagrarla.}

Apuntan los expertos musicales que Amy con su quehacer contribuyó a abrir un resquicio por donde se colaron otras cantantes británicas con educación en el soul y en el reggae, como Lilly Allen, Duffy y la extraordinaria y íntima Adele.

Vaya pues el homenaje de sus seguidores, entre ellos quien escribe, a este àngel raro y excesivamente maquillado con un abundante rimel negro en los ojos que cuando caminaba con sus inmensos tacones retro parecía como si fuera a trastabillar y caer y cuando abría su boca para interpretar una pieza con esa "voz canalla", como muchos la calificaban, daba la sensación de que nos estuviera retando como una amargada maestra de piano inglès, con esa tesitura oscura, inconfundible y ese fraseo ùnico para el soul y el rock.... que en gloria esté la avecilla confundida e insatisfecha londinsense, proclamada por el diseñador Karl Lagerfeld la Brigitte Bardot del siglo XXI... que la paz sea con esta chica judía de barrio, que lleg{o a mirar con mucho asco la vida.

miércoles, 20 de julio de 2011

Londres y encontrar la pieza que falta






Texto y foto: Juan Carlos Rivera Quintana

La ciudad de Londres me recuerda una hermosa canción de Adele, una de mis intérpretes británicas preferidas, que se titula: "Don't you remember" y que en una de sus estrofas dice con melancolía: “¿Cuándo te veré de nuevo. Te fuiste sin despedirte y ni una sola palabra dijiste... ni beso final para sellar cierta grieta. No tenía idea del estado en el que estábamos metidos. Se que tengo un corazón inestable y disgustado y una mirada desviada y una pesadez en mi cabeza. Pero... ¿no te acuerdas? La razón por la que me amaste antes. Cariño, por favor recuérdame una vez más (...) espero que puedas encontrar la pieza que te falta”. Esa urbe es como una gran pasión, una intensidad monumental e inolvidable… de esas que se tienen escasas veces en la vida, como salir a armar un rompecabezas y nunca encontrar la pieza que falta.

Y es que resulta casi chocante llegar a Londres, proveniente de Ámsterdam, un día de mucha lluvia y neblina y tomar un tren rápido que te lleva hasta la Victoria Estation, y en el trayecto ver el campo verdoso y apacible y las casitas todas iguales y modestas que rodean a la urbe y encontrarte, de pronto y casi de imprevisto, en medio de una ciudad imponente, rancia, que rebosa cultura y sofisticación, casi despampanante, con una tempo británico - también llamado la flema british - que recuerda las apacibles novelas de la escritora británica policial, Agatha Christie y su Miss Marple, aquella anciana de una calma e impasibilidad excesivas, residente de St. Mary Mead, un adorable pueblecito de las afueras londinense, que se las ingeniaba para descubrir muchos casos imposibles de desentrañar hasta por los inspectores de Scotland Yard.

Pero Londres es, hoy, calma y bullicio excesivo; serenidad y estrés turístico y hasta un poco de indiferencia y sosiego a orillas del Río Támesis, esa corriente pluvial que atraviesa la ciudad dividiéndola en dos partes y se integra, casi fotográficamente, a la vida cotidiana de sus lugareños y visitantes. Londres alberga a más de 7 millones de personas, de las cuales, más de un tercio, pertenece a alguna minoría étnica. De ahí que en sus calles, veredas y casas se hablen, en este mismo instante, cerca de 300 idiomas diferentes, en tanto la metrópoli contiene casi el 50 por ciento de la población de origen no inglesa que vive en Gran Bretaña, donde se destacan los indios, los negros y los bengalíes.

Y pensar, que durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) en la capital londinense las sirenas avisando los bombardeos aéreos enemigos y los apagones eran una constante, como también ver en el espacio a los bombarderos Luftwaffe disparando sobre el East End (barrio al este de la city). Por ello resulta casi una alucinación que una urbe que recibió en sus entrañas la explosión de 27 mil bombas que provocaron innumerables incendios, durante 57 noches seguidas y después, en forma intermitente durante seis meses, hoy sea una de los ciudades de mayor diversidad cultural, más hermosa y arboladas de Europa, con parques tan paradisíacos como el Hyde Park o el St. James’s Park, verdaderos pulmones verdes aislados del ajetreo citadino; el alma y el corazón de Inglaterra con museos, galerías, boutiques de moda, edificios patriarcales, mercadillos, salones de ópera y teatros, estadios de fútbol, conciertos y eclécticos restaurantes para todos los paladares y bolsillos.

De misterios, búsquedas y encuentros

Londres encierra muchos encantos y secretos, que no se pueden llegar a descubrir, y lo digo por experiencia, en un primer viaje de cuatro días. No por gusto cada año vienen a sus rincones buscando acercarse a sus más de 250 museos y galerías de arte (la mayoría con entrada gratuita) y sus 100 teatros con grandes y clásicos musicales y obras de Shakespeare en cartelera permanente casi 30 millones de turistas, flujo económico que según estimaciones oficiales, aporta al país más de 15 millones de libras de esterlinas al año.

Pero para comenzar el recorrido y el proceso de conocimiento de esta ciudad es preciso trazarse una estrategia y diseñar una agenda y no exagero. Hay tantos sitios para ver que es obligatorio organizarse. El West End, la zona más turística, que incluye el Soho; Trafalgar Square; Picadilly Circus; Leicester Square y Regent St. no se puede recorrer en un día. De allí me aventuro a recomendar iniciar el recorrido por el Palacio de Buckingham, donde se puede admirar la grandiosa fachada o visitar las salas del recinto, si están abiertas en ese momento. Después, caminar por el Parque St. James’s, un tranquilo pulmón verde de la ciudad y llegar hasta el Arco del Almirantazgo (Admiralty Arch) y de ahí al National Gallery, uno de los museos más interesantes y concurridos, cuyo origen se remonta a 1838 y a la colección privada de John Julius Argenstein, adquirida por el Estado, en 1824. En sus amplísimos fondos pictóricos europeo – de inquietud enciclopédica - pueden apreciarse invaluables colecciones de pintores del Renacimiento (posee el mayor y mejor depósito de pintura italiana fuera de ese país, con obras de Rafael, Tiziano o Piero della Francesca); pintura flamenca, del siglo XVII, con su joya: “La Venus en el espejo”, del pintor barroco Diego Velásquez y obras de Jan van Eyck; de Goya; una excelente colección de pintores holandeses, donde se destaca Van Gogh (con uno de sus cinco cuadros iguales de girasoles) y Rembrandt, entre otros.

Muy cerca está Picadilly Circus , una visita obligatoria en el centro de la metrópoli. La estatua de Eros, que en realidad representa al Ángel de la Caridad Cristiana y no al Dios del Amor, como muchos creen, es un buen lugar para emprender otros itinerarios, como el Barrio Chino con sus restaurantes más económicos. Quizás tomando el subte es oportuno llegarse hasta la Torre de Londres y el Puente de la Torre, edificios emblemáticos de la ciudad, que no deben dejarse de visitar y desde donde puede divisarse en todo su esplendor el Támesis y los edificios acristalados de oficina y palpar la vida fabril londinense. A escasos metros, la Catedral de San Pablo, con sus arcos medievales, sus cúpulas y sus portones de hierro fundido, que soportaron los bombardeos de 1940 y 41 y se mantienen hoy incólumes al paso del tiempo.

Quizás otro día de recorrido pudiera circunscribirse a caminar por Westminster y el South Bank para admirar el Parlamento y el Big Ben, la Abadía de Westminster (y asistir al oficio coral de la misa vespertina), el templo más imponente de Inglaterra, donde se hicieron los funerales de la princesa de Gales, y cruzar el puente de Westminster y llegar hasta el London Eye, esa atalaya modernísima e impactante (ojo: fóbicos a las alturas abstenerse), desde donde se domina, en 30 minutos, todo el horizonte de la ciudad, con sus cápsulas de vidrio fijas por fuera que permiten una vista de 360 grados de toda la urbe y las mejores fotografías para el ojo entrenado.

Tampoco puede faltar una visita al British Museum que alberga una de las colecciones más famosas del mundo, con más de seis millones de piezas que incluyen esculturas antiguas, pinturas, exquisitas joyas y muchos otros tesoros mundiales que uno se pregunta, a modo de reprobación, cómo es posible hayan llegado a convertirse en patrimonio de los británicos y de qué manera ilegítima llegaron a esas salas museables, lo que recuerda y confirma el pasado colonial de Gran Bretaña. Ojo: no debe dejarse de ver: las momias egipcias, el Partenón de la Antigua Grecia, los toros alados asirios, la Piedra Rosetta, que contiene inscripciones en tres idiomas y ha hecho posible descifrar los jeroglíficos egipcios. También recomiendo la sala africana (con sus máscaras funerarias) y la mexicana, con su joya: la Serpiente Emplumada, que representa al dios principal olmeca, tolteca, maya y más tarde en el grupo de las deidades aztecas, cimientos del panteón de la cultura prehispánica mexicana).

Y si sólo quedara un día o mediodía de recorrido antes de su partida sería bueno visitar Portobello Road, en el afamado barrio de Notting Hill, (con sus casitas pálidas todas muy british, iguales pero disímiles en algún detalle, con pequeños jardines). En ese sitio encontrará la feria de antigüedades más grande del mundo, con más de mil comerciantes y pequeños locales en plena calle cerrada al tráfico. Nada que seguro terminará coincidiendo conmigo: esta ciudad precisa otras visitas y de mucho más tiempo para conocerla. Entonces, regresará nuevamente, es preciso seguir con terquedad mundana como en un rompecabezas buscando la pieza que falta, aunque para nuestro goce no terminemos encontrándola nunca y precisemos regresar, nuevamente, a Londres.

La teoría de la caldera





July 18, 2011·


Por: Yoani Sánchez
La Habana, Cuba.




Los procesos sociales tienen —la mayoría de las veces— una alquimia impredecible. Aunque todavía hay analistas que quieren redactar la fórmula universal del estallido o aquella otra de la calma cívica, la realidad se encapricha en contrariarlos. En Cuba, por ejemplo, se han agrietado los pronósticos de casi todos los optimistas y superado los augurios de las mentes más alucinantes. Tal pareciera que la especialidad de nuestro país es echar abajo las predicciones de iluminados, babalaos, espiritistas y cartománticos. Desde hace varias décadas, hemos despedazado una tras otra las predicciones sobre nuestro derrotero y, especialmente, la repetida profecía de una revuelta popular. Cubanólogos de todas las tendencias han vaticinado, en alguna ocasión, que la Isla está al borde de la fractura y que la gente se lanzará a las calles en cualquier momento. En lugar de eso las aceras están llenas de gente, sí, pero haciendo cola para comprar el pan o los huevos, los consulados atestados de solicitudes para emigrar y hasta las velas de los santeros encendidas para que esta calma chicha no se quiebre con violencia. Quienes esperamos una solución pacífica también nos alegramos de que al menos —hasta ahora— nadie se haya tenido que poner como carne de cañón frente a los antimotines.

En la quimérica fórmula del estallido que algunos desean adivinar se incluye el elemento de asfixiar económicamente a la población para que se alce en pie de lucha. Son aquellos a quienes les gustaría darle una vuelta de tuerca al embargo norteamericano hacia la Isla y cortar de tajo todas las remesas que llegan desde afuera. Según esa hipótesis, los cubanos atrapados entre la espada de las necesidades y la pared de un gobierno autoritario, optarían por intentar derrocar a éste último. Confieso que la sola mención de esta teoría me hace recordar un mal chiste, donde un anciano líder enumera en una entrevista las muestras de resistencia de su pueblo. El autócrata cuenta que su gente ha sobrevivido la crisis económica, la falta de alimentos, el colapso del abastecimiento eléctrico y la ausencia de transporte público. Mientras le explica este rosario de penalidades al periodista, apoya su historia —una y otra vez— con una misma frase “y aún así el pueblo resiste”. Al final, el atrevido reportero lo interrumpe para hacerle una pregunta “¿Y no ha probado con arsénico, Comandante?”.

La tesis de que a nuestra realidad hay que aumentarle la presión económica para que la caldera social reviente se escucha —curiosamente— con mayor frecuencia entre aquellas personas que no habitan el territorio nacional. Algunas de esas voces están pidiendo ahora en el Senado norteamericano que se echen atrás las medidas flexibilizadoras de los viajes familiares a la Isla y del envío de ayuda monetaria aprobadas por Barack Obama. Ven estos puentes tendidos como oxígeno que le entra al gobierno cubano y ocasiona que éste se prolongue en el poder. Según esta aritmética del “prívalos para que reaccionen”, el cambio estaría a la vuelta de la esquina el día que el grifo de la ayuda exterior se cierre por completo. Sólo que en el medio de esa suposición, aún por probar en la práctica, quedaríamos atrapados once millones de personas e igual número de estómagos. Gente que no se lanzó a las calles cuando en los años noventa vieron su plato casi vacío o sus ropas hacérseles jirones sobre el cuerpo. En ese momento de penurias infinitas, la única “sublevación” popular que ocurrió, el 5 de agosto de 1994, tuvo como objetivo el querer salir del país, no el de cambiar las cosas aquí adentro. Estamos tan temerosos cívicamente que la caldera puede llegar a acumular una presión insoportable y aún así la gran mayoría preferirá arriesgarse en una balsa lanzada al mar que enfrentarse a un represor. No es que exista una genética de los pueblos valientes o de los cobardes, sólo que hay métodos y métodos de desarticular la rebeldía social. El que nos ha tocado a nosotros es, sin dudas, eficiente hasta rozar con lo científico.

Para esos politólogos que se acercan más a la física que a las ciencias sociales, bastaría cerrar el flujo de remesas y los viajes de los cubanoamericanos a la Isla, para que algo empezara a moverse en el escenario nacional. En sus deseos de probar tal conjetura, la teoría —claro está— la pondrían ellos y el cuerpo del martirio lo aportaríamos nosotros. Sobre la marcha del experimento y mientras se llega a alguna conclusión, las piscinas en las mansiones de los potentados de verdeolivo no dejarían de tener su suministro de cloro, la Internet satelital de tantos hijitos de papá no disminuiría ni un kilobyte de ancho de banda y la ropa interior de marca de tantos funcionarios no dejaría de entrar —por vías impensables— al país. Sobre la mesa de la jerarquía oficial, ese apretón de la tuerca no se haría sentir. Estarán más bien con las barrigas llenas para gobernar sobre un pueblo que sólo pensará obsesivamente en qué podrá encontrar para comer cada día. La miseria —como ocurre en tantos y tantos lugares— se seguirá constituyendo más en un mecanismo de dominación que de desobediencia.

De ahí que por estas semanas nos sintamos como conejillos de Indias en un experimento de laboratorio que se decide lejos de nosotros. Tenemos la sensación de ser un mero numeral en una cábala tan simplona como peligrosa. Donde el resultado esperado por los artífices de la “teoría de la caldera” es que ésta estalle, sin percatarse que su detonación puede provocar un ciclo de violencia que nadie sabe cómo ni cuándo terminará.

lunes, 18 de julio de 2011

Praga: la vieja dama muestra sus mil caras





Texto y Foto: Juan Carlos Rivera Quintana.

Dice la mística popular que el viajero que sueñe con volver a Praga (Praha, en checo), en la República Checa, tan sólo tiene que llegarse hasta el Puente de Carlos, uno de los lugares más fotografiados de la ciudad europea del este que divide a la Ciudad Vieja o Stare Mésto con Malà Strana (Ciudad Pequeña) e ir a los pies de la estatua de San Juan Nepomuceno. Allí en ese puente de piedras de estructura gótica, erigido en 1357 sobre el Río Moldava, una de las más bellas estampas praguense, sólo tiene que tocar el pedestal de la estatua del santo patrón de la ciudad, en un ritual de silencio y pedirle el regreso e inmediatamente el deseo será cumplido.

Quizás porque Praga es un sitio al que todos queremos retornar por la fascinación que ejerce visualmente se puede percibir, casi constantemente y en peregrinación sosegada, a los viajeros venidos de todos los confines del mundo, llegar y tocar con sus manos el pedestal del Santo milagroso.

Y es que esta ciudad, que más bien parece un decorado teatral, mezcla en su arquitectura de castillos, fortalezas, catedrales, galerías y palacetes milenarios lo románico, lo gótico, el barroco y hasta el renacimiento y el art nouveau, en medio de estrechas callejuelas de adoquines, tranvías y puentecitos que dan un aire de cuentos infantiles a estos disímiles escenarios, una puesta en escena coral con rincones históricos, locaciones bohemias, sistemas de esclusas, murallas, plazas más modernas y hasta molinos de agua centenarios que arrastran las aguas verdosas del caudaloso río Moldava que la baña.

Si el viajero tiene tiempo y su estadía no es corta, entonces, recomiendo hacer un viajecito nocturno de tres horas, a partir de la siete de la noche, por el Río Moldava, en uno de los barquitos de River Cruises, que ofrece la cena y la orquesta toca en vivo desde la proa. En él se podrá divisar – pasando por la esclusa más antigua de la ciudad - a la gran dama bohemia desde otro lugar, quizás más romántico y evocador y ver prenderse las luces de la ciudad, que en verano empiezan a encenderse casi a las diez y cuarto de la noche haciendo que el día sea más largo y aprovechable turìsticamente.

De alegorías, rostro humano y arte

Praga tiene aproximadamente 1,2 millones de habitantes, lo que la convierte en la ciudad más poblada de la República Checa. Desde 1992, la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad por su belleza arquitectónica y artística y su valor histórico y por ubicarse entre las 10 ciudades más visitadas del mundo y ello le dio una proyección internacional con un mayor trasiego de turistas entre sus calles. Y a pesar de que sufrió las dos guerras mundiales y los golpes de la dictadura nazi y quedó, posteriormente, bajo la influencia soviética, cuando los tanques rusos la invadieron, hoy tras la Revolución de Terciopelo (que condujo a la caída del comunismo en la antigua Checoslovaquia), el desmoronamiento del Muro del Berlín y la implosión de la URSS, se está adaptando a la economía de mercado, aunque la rémora y los cimbronazos del sistema socialista que construyó antaño todavía pueden palparse entre sus moradores.

No por gusto, Praga tiene un Museo del Comunismo, que intenta mostrar a sus visitantes cómo era vivir bajo el régimen comunista, donde se exhiben fotos, videos históricos y piezas escultóricas de Lenin y Carlos Marx, arrancadas de sus calles y plazas, junto a propagandas partidista, carteles y documentos de la represiva policía secreta y la dogmática educación oficial. Lo que resulta casi un signo distintivo es que dicha entidad esté ubicada a la izquierda de una gran escalera de dos alas, en la calle Na Prikope, número 10, y a la derecha se ubique una Mc Donalds, una alegoría de la vida capitalista que enarbolan, en la actualidad.

Y si se trata de recomendar lugares, el viajero no puede desdeñar – porque no podría decir verdaderamente que estuvo en esta ciudad - una visita al Castillo de Praga, una fortaleza milenaria, construida sobre bases románicas, con palacios reales que albergaron antaño la Dieta y el Parlamento, edificios eclesiásticos, viviendas, jardines, callejuelas y fortificaciones, que constituye un arquetipo de más de mil años de desarrollo del Estado Checo. Dicho conjunto monumentario alberga, además, la Catedral de San Vito, fundada en 1344, un joya del estilo gótico y emblema espiritual de sus habitantes, donde se guardan joyas imperiales y el visitante quedará extasiado y boquiabierto – literalmente – con sus vidrieras, santos, pinturas antiguas, esculturas, vitrales inmensos de coloridos tonos, las bóvedas ojivales y la tumba, toda de plata, de San Juan Nepomuceno. En sus predios podrá visitar, también, la Callejuela de Oro, una pequeña ciudadela que parece sacada de un cuento de hadas, con casitas muy diminutas, construidas en las arcadas de las murallas del castillo, donde se cuenta vivieron fusileros, artesanos, artistas, alquimistas y hasta se dice que en la número 22, el afamado escritor Franz Kafka, tuvo un pequeño estudio.

Después convendría hacer un paseo por Malá Strana, también conocida como la Pequeña Ciudad real, que floreció artísticamente durante el reinado de Rodolfo II, y donde actualmente se puede visitar pequeñas tiendas de marionetas, galerías de arte donde exponen pintores y escultores checos, cafés, iglesias, arcadas, junto a impresionantes palacetes y casas, cada una con el escudo familiar con sus heráldicas y blasones que recuerdan antiguos abolengos.

Al norte de la llamada Ciudad Vieja, ocupando un recodo junto al cauce del Río Moldava, y convertido ya en uno de los recorridos turísticos habituales de la milenaria Praga, se levanta el barrio judío de Josefov, con sus cinco sinagogas, entre ellas la española, de estilo morisco y la Sinagoga de Pinkas con su monumento a las víctimas del holocausto; sus museos donde es exponen las tradiciones y costumbres de esa comunidad, sus edificios imponentes, la estatua ecuestre en homenaje al escritor checo Franz Kafka; las callejuelitas entrecortadas y el antiguo cementerio judío, donde se encuentran más de doce mil tumbas, que se fueron acumulando desde 1439 hasta 1787, unas sobre otras y convirtieron el sitio de paz en un verdadero bosque pétreo.

Muy cerca se levanta, en la parte gótica más antigua de la urbe, el Ayuntamiento de la Ciudad Vieja, con su reloj Astronómico en la torre, con sus signos zodiacales, toda una atracción para el turista, pues cuando dan las horas en punto, entre las 9:00 y las 21: 00 horas, comienza la procesión de los Doce apóstoles en sus ventanas y el gallo de oro canta las horas y bate sus alas.

Y, por supuesto, tampoco puede faltar la parada en la Plaza de Wenceslao, (Václavské Námesti), un boulevard, ubicado en la Ciudad Nueva, que en el Medioevo fue un mercado de ganados y actualmente es el centro comercial y administrativo de la ciudad, un sitio donde han tenido lugar las más memorables manifestaciones políticas y sociales de la historia moderna de sus lugareños. Dicha plaza, rodeada de las cuatro estatuas de santos checos: Santa Liudmila, San Proscopio, Santa Inés y San Adalberto, vio emerger en sus predios a los amenazantes tanques soviéticos cuando, el 21 de agosto de 1968, la antigua República de Checoslovaquia fue invadida por las tropas de la Unión Soviética y otros países de la Europa oriental pro comunista. Dicha invasión puso fin al experimento socialista checo, llamado “socialismo con rostro humano” que no era otra cosa que un régimen más democràtico y liberal, desligado del estricto control que mantenía, entonces, el socialismo soviético entre sus ciudadanos.

A no dudarlo: Praga, capital de la República Checa, es como una vieja dama bohemia, de mucha alcurnia, que a pesar del paso del tiempo, se mantiene enigmática y joven con sus mil caras; seductora y celosa guardiana de magias y leyendas mostrando sin recato social sus joyas y genealogía para sorpresa y disfrute de los turistas y viajeros que llegamos a este rincón del este europeo buscando develar sus liturgias y usanzas culturales.

viernes, 15 de julio de 2011

París, la Ciudad de las Luces: Pasión, elegancia y alma.




Desde la colina de Montmartre se divisa una Parìs etérea y màgica.






Por: Juan Carlos Rivera Quintana

Si el mundo tuviera un ombligo ese – sin duda alguna – estaría ubicado en la Ciudad de París. Y es que esa urbe cosmopolita, refinada, multicultural y bohemia, ubicada en el norte de Francia y bordeada por el Río Sena, tiene la fama bien ganada, desde hace muchos años, de ser la “Ciudad de las Luces”.
Se cuenta que fue apodada de esa manera porque fue la primera capital que utilizó la luz eléctrica para iluminar sus misteriosas y estrechas callejuelas de adoquines.

Lo cierto es que su área metropolitana, la más grande de la Unión Europea, posee una población de cerca de 2.193.031 habitantes y la convierten en una megalópolis donde la belleza de sus largos paseos, coloridos cafés, sus edificios patriarcales de piedra caliza, sus galerías de arte, catedrales, torres, mercadillos y callejones comerciales le dan un aura de prosperidad económica y glamour que no tienen otras ciudades europeas.

No por gusto, París – el centro económico más importante de Europa - es el destino turístico más popular del mundo, con más de 26 millones de visitantes extranjeros por año, según cifras oficiales.

Quienes llegamos a esa ciudad, por primera vez, no queremos parar ni un segundo y mapa en mano, salimos a conocer sus admirados y afamados monumentos, como la Torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame, los Campos Elíseos, el Arco de Triunfo, el barrio de Montmartre y la Basílica del Sacré-Coeur (Sagrado Corazón), entre otras visitas obligadas. Tampoco puede dejar de ubicarse y programar encuentros con el Musée du Louvre, uno de los más famosos y visitados del mundo; el Musée d’Orsay y el Centro del arte moderno Georges Pompidou, concebido como un complejo multicultural; el paseo de compras de las Galerías Lafayette (y su excepcional cúpula de cristales policromados, hierro y acero); el boulevard Saint-Germain y la Place Vendôme, célebre por sus hoteles de lujo y por dar refugio al centro de la moda parisina, o el barrio bohemio de Le Marais, lugares inconfundibles de la ciudad.

Al pensar en la monumentalidad edilicia de esta urbe, que combina el estilo neoclásico y el gótico con la modernidad, uno no puede olvidar que muchos de estos palacetes, iglesias y arcadas, teatros y museos, en 1944, y cuando las tropas aliadas se acercaban a la ciudad, pudieron terminar hecho añicos. Hitler había dado la orden de hacerlos dinamitar, de modo que la entrada de las tropas aliadas fuese saludada por un campo de ruinas humeantes. Así se colocaron cargas de dinamita en La Concordia, en Los Inválidos, en Notre Dame, en la Opera, en el Arco de Triunfo, en el Louvre e incluso al pie de la Torre Eiffel. Pero en el último instante, el general Dietrich Von Choltitz incapaz de perpetrar tamaño crimen de lesa humanidad se negó a cumplir la orden del Führer y entregó la ciudad parisina a los aliados. Y ello salvó de la debacle y la ruina a esta bella metrópoli, que es hoy día una de las mejores conservadas del mundo.

Como han apuntado sabiamente muchos expertos en arquitectura, quizás el patrimonio arquitectónico de París sólo tiene comparación con el de Roma. De ahí que desde 1991, las Riberas del Sena fueron consideradas - por la UNESCO - como Patrimonio de la Humanidad. Pero, ¿de qué vive esta megalópolis? París es esencialmente una economía de servicios: el 45-50 por ciento del PBI de dicha región está compuesto por servicios financieros, inmobiliarios, industrias farmacéuticas, telecomunicaciones, investigación, sector editorial y soluciones de negocios; el resto se dedica al turismo y la gastronomía, la agricultura y la construcción, entre otras labores.

Las estadísticas apuntan que en París existe una tasa de desempleo que va in crescendo, sobre todo en estos últimos tiempos con la crisis económica que azota a toda la región europea y descalabra las finanzas de países como Grecia, Italia y España. Ya a finales del tercer trimestre de 2008, en París se hablaba de un 7,3 por ciento de desempleo y unos 50 mil vagabundos en las calles y las estaciones de metro. En la actualidad, esos guarismos van en aumento.

Según leí, en el periódico “Le Fígaro”, durante mi estadía en la ciudad, la ex ministra de Economía y Empleo, Christine Lagarde, elegida recientemente como Directora gerente del Fondo Monetario Internacional, explicaba que las cifras de desempleo en Francia no son tan espantosas como en otras naciones europeas debido a que “tenemos una especie de colchón de amortiguación que corresponde a la función pública”.

Bien vale una, dos, tres, miles de misas.

Caminar por dicha ciudad entre residentes, turistas de todo el mundo, artistas callejeros, pintores, bailarines en los parques, inmigrantes musulmanes e indios y africanos con sus atuendos en pose de cultura de la resistencia; autos en circulación alocada y canciones – como telón de fondo - que evocan las interpretaciones de Edith Piaf, resulta casi hechizante. Baste tan sólo con subir en el funicular la colina de Montmartre donde reposa la Basílica de la Sacré-Coeur (Sagrado Corazón de Jesús) y sus cúpulas blancas, de inspiración romana y bizantina, construida para honrar la memoria de los 58 mil soldados franceses muertos durante la guerra franco prusiana para quedar extasiados. Desde sus jardines, en el punto más elevado de la ciudad, puede divisarse una panorámica de gran parte de la urbe y es una de los escenarios más fotografiados y telegénicos.

Después ir caminando a tomar un buen cafecito – con sus mesas y sillas colocados de cara a la acera, como si los visitantes viéramos pasar una película, en uno de los bares que rodean a la Place du Tertre, también conocida como plaza de los pintores, en pleno centro de Montmartre, y desandar sus callecitas empinadas y sinuosas con sus tiendas de souvenir, de artesanías, sus confiterías y pastelerías (pâtisserie), con ese aroma dulzón a chocolate y crema dulce pensando que en esa zona grandes maestros de la plástica mundial, como Renoir, Picasso, Braque, Dufy, Cézanne, Manet y Toulouse-Lautrec tuvieron, en otras épocas, sus estudios y viviendas y pintaron sus grandes obras, inspirados por el ambiente ambulante y bohemio del lugar.


De allí, a tan sólo 350 metros, se ubica un símbolo alegórico de la noche citadina: el Moulín Rouge, en cuya azotea se destaca la imitación de un molino rojo y sus pinturas art decó de la fachada. El lugar es uno de los más famosos cabaret del mundo, construido en 1889, en el barrio rojo de Pigalle, y en cuyo interior se siguen ofreciendo, en la actualidad, grandes espectáculos de plumas y lentejuelas con 60 bailarinas, de frech y can-can, que evocan el ambiente bullanguero de la Belle Èpoque parisina.

Por si fuera poco para una agenda de turista encantado, no se puede dejar de dedicar cuatro o cinco horas de algún paseo al Museo del Louvre, a sabiendas de que no podremos verle completo en ese tiempo. Allí, entre sus jardines y palacios de estilo renacentistas nos esperan más de 350 mil piezas de incalculable valor artístico, donde se destacan las colecciones de pinturas italianas, antigüedades griegas, orientales y egipcias, esculturas francesas e italianas, arte islámico y africano, entre otras obras.

Tan sólo enfrentarse cara a cara – si los turistas japoneses y sus cámaras y codazos te dejan - con la enigmática señora de negro, parapetada tras esa misteriosa sonrisa a lo Gioconda, la archiconocida obra de Leonardo Da Vinci, vale pagar los 15 euros de la entrada al museo... poder apreciar in situ la maestría artística del paradigma del hombre del Renacimiento con las dos técnicas plásticas que le inmortalizaron: el contraste entre las luces y las sombras y el sfumato (las sutiles transiciones de los colores en la pieza) les aseguro que merece cualquier empujón o la imposición de tener que escrutarla a dos metros de distancia.

La belleza de esta obra que retrata a quien en vida se llamó Lisa Gherardini – una de las piezas pictóricas más famosas y reproducidas del mundo y fuente de inspiración y parodia de muchos artistas modernos - cuyo formato se me antoja demasiado pequeño para como lo imaginaba, los misterios que le rodean y sus cristales blindados recuerdan que en 1911 fue robada y buscada por las policías de todo el planeta. Hasta que pudo volver a ser rescatada y restituida a su lugar de exhibición. Quizás por ello tuve la picardía de preguntarle a uno de sus dos custodios con cara de mala uva si era una copia y si el original estaba seguro en una bóveda, en los sótanos del museo. Y sólo recibí por respuesta una sonrisa maliciosa.

Pero el Museo del Louvre, también exhibe otros atractivos que merecen ser vistos: desde la victoria de Samotracia, ese tesoro helénico que se alza sobre un pedestal en forma de proa, como si fuera a salir navegando nuevamente a Rodas ante nuestros atónitos ojos, o el cuadro La Balsa de la Medusa, realizado por Gericault, el primer pintor romántico francés, quien se inspiró en un naufragio real para pintar esta obra, en 1819, y que a mí como cubano e isleño me conmovió hasta las lágrimas porque he visto tantas fotos e imágenes televisivas parecidas de mis compatriotas en viaje hacia un sueño americano que les quedará siempre extranjero y vano. Tampoco voy a olvidar la lisura del mármol de la Venus de Milo, con esa piel nacarada y casi rosa, ubicada estratégicamente bajo una cúpula de cristal y recibiendo toda la luz natural de un verano cálido para resaltar su belleza impecable y nívea o el lienzo de Las dos hermanas (Les Deus soeurs), pintado, en 1843, por el artista francés Theodore Chassériau, quien tomó de modelo a sus hermanas y las colocó en un escenario rojo fuego que resulta como un imán a los ojos asombrados cuando uno entra en el salón de exhibición. Una, Adéle, lleva una exuberante rosa en la cintura y Aline, se apoya ligeramente en el brazo de la otra como en señal de reposo; ambas llevan idénticos mantones rojos, con orlas de vivos colores, que las hace parecer más mundanas y corpóreas.

Como última recomendación al viajero: no puede dejar de salir a la noche parisina, que también tiene su encanto y embrujo. Este es uno de los momentos más memorables, cuando París se ilumina y sus puentecitos se tornan pasionales y encantadores. Entonces no hay nada más aconsejable que tomar un batón mouche (barquito) por el Río Sena para contemplar las siluetas recortadas de los palacetes y catedrales o ver a los lugareños- elegantemente ataviados y con sombreros de pajilla - en sus cafecitos y volver a repetir, casi en susurro: “París bien vale una misa” (dos, tres miles, agrego yo), aquella frase que hace 500 años dijo Enrique IV de Francia, cuando aún no era rey y desconocía que estaba escribiendo el primer slogan turístico para la posteridad citadina que- desde entonces - sería ligado a la belleza, el encanto y el romanticismo que despierta esta urbe, donde se puede percibir la pasión, la elegancia y el alma de sus moradores y donde hasta los edificios exudan un encantamiento de cuentos de la infancia, de aquellos que nunca se olvidan.

lunes, 11 de julio de 2011

Verano boreal para recobrar fuerzas



Obra del artista cubano Humberto Castro.


“Pero debo recordar que no todos los sitios oscuros necesitan luz.”
Jeannette Winterson, de su novela “La niña del faro”.


El vértigo se apodera de las extremidades abatidas,
socava el cuerpo y el maderamen de mis pulmones neoplásicos
los libera en puros vómitos de sangre, (en tisis a lo Margarita Gautier)
se mezclan mis esputos con algunos pañuelos descartables y camelias blancas
que caen contra el pavimento, quizás para encontrar un nuevo retorno sin pifiar peregrinaciones/ Tengo la boca renegrida por las palabras- costras que escucho y no contradigo ni desmiento… no nací con la madera del mártir
- mi madre siempre lo advirtió con pesar -, quizás el alumbramiento lejos del mar en una maternidad privada me asesinó el patriotismo y prefiero callar, enmudecer para siempre, coserme la lengua a punta de tijera oxidada o morir de tétano repentino. Mi lengua…ese apéndice carnoso saturado de salitre, miedo y azúcar, (asquerosa combinación para sufrir siempre de descompostura) cabriolea dentro de mi boca y me hace tramar argumentos que no me aventuro a proferir contra las caras de los otros. Juego al caos como ruleta rusa sin revólver y sigo intentando monólogos y resurrecciones que sólo tienen razón cuando las luces se estrangulan y se me dispara sin remedio mi presión diástolica y sistólica. Entonces desató una danza profana, cual esperpéntica y desbordada pantomima, para conjurar a mis muertos
y los traigo conmigo, les regalo blancos capullos para que vengan a mi convocatoria.
Me dejo caer dentro de mi ego y me rebelo contra el autócrata que decide lo que debo hacer administrando cada gota de sedición en esta Caja de Pandora, que apodaron tierra baldía… resucito y caigo nuevamente contra el cieno, en esa simetría eterna de fracasar y restituir lo que me fue secuestrado.
Siempre ese sentido aburguesado de la propiedad, del partir y retornar, del dejar que la corrección siga su cauce irremediablemente sin tocarme ni de soslayo… ni por asomo/ como le ocurrió a mi padre, que murió sólo en una terapia sin pedir ni un algodón mojado en agua para saciar la quemazón de su estómago abrasado por tanto alcohol saboreado frente a toda la familia…
a pesar de los esfuerzos de mi madre para que no advirtiéramos
su credo etílico. Llegó a oscuras una noche de borrasca y se fue
sin extremaunción dejando tras de sí un tendal de penitencias,
traumas infantiles y deudas impagas al usurero, pero sólo entonces
la tranquilidad sepulcral se apoderó de las paredes de la casa,
donde rebotaron por tantos años sus blasfemias
y torturas psicológicas. No hay casas de empeño para las angustias/
y las embestidas de la oscuridad contra las paredes de nuestros ojos
que tristes se van envolviendo en un trapo viejo y cristalino hasta volver a
descubrir un faro que lo auxilie cuando llega el verano boreal,
esa interrupción que se nos aparece como revelación cansada
cuando ya poco puede hacerse más que dejar que la llaga cauterice
(y vuelva el ángel simulador).

Buenos Aires, 30 diciembre 09, suspendiendo el alma
(para recobrar fuerzas).

Fotos de Viajes




Puente de la Torre de Londres, uno de los sitios màs visitados por los turistas.

Fotos de Viajes



Amsterdam, es una ciudad rodeada de canales y donde la bicicleta constituye uno de los principales medios de transporte.

Fotos de Viajes




Puente de Karlo, detràs el Rìo Moldava, en Praga; julio 2011.

viernes, 8 de julio de 2011




En el Moulìn de la Galette, en Parìs. Detràs una obra de Picasso, de su estancia en esa ciudad.



Obra de un artista africano yorubá, que se conserva en el British Museum, de Londres.