A propósito, hoy más que nunca, acerca de la necesidad del humor y la caricatura: esta es una de las escasas sátiras, publicadas en la isla sobre el anciano mandatario.
A poco de las numerosas
especulaciones sobre la muerte de Fidel Castro intento hacer un balance de qué
nos dejó a los cubanos y qué nos quitó también. Aunque oficialmente no se ha
dicho nada, en el ínterin hablemos en pasado. Sin dudas: ya fue….
Por: Juan Carlos Rivera Quintana.
Crecí rodeado de sus ideas; su prédica; los cuadros con su efigie, disfrazada de guerrillero heroico; su verba aplastante y encendida de consignas revolucionarias; sus diatribas y enconos; sus utopías-proyectos; sus materiales “programáticos”, que luego eran discutidos en los círculos políticos de estudio y te daban puntaje a la hora de la evaluación escolar integral. De niño aún recuerdo las horas y horas de discursos en mítines y reuniones, que eran televisados, por los únicos dos canales que teníamos y con varias retransmisiones. Muchas veces se le ocurría hablar a la tarde, cuando llegaba la hora de mis dibujitos animados y admito que sólo en esas oportunidades me permitía odiarle y deseaba que, al menos, se cortara la transmisión televisiva por un desperfecto técnico, pero nunca sucedía. Después se me pasaba porque Fidel - “El Caballo”, como le dice la vox populi en Cuba - era el que trabajaba a deshoras, el que luchaba contra el imperialismo yanqui, el que trazaba la línea política de mi país, (¿por qué razón siempre asocio esa palabra: “línea” con el verticalismo más esterilizador y uniformizante?). Era Fidel el “benefactor” de todos los cubanos, el que decía lo que había que hacer y ay de quien chistara o dijera algo diferente o con otro color; era el médico de familia, el vanguardia, el trabajador azucarero destacado, el político que nunca se equivoca, el estratega económico, el científico preeminente, el editor “perfecto”, el censor acucioso, sin dudas lo era todo, estaba en todos los lugares y lo abarcaba todo panópticamente...era el ojo que todo lo ve. Para más acoso, en la década del 60 se ponían unos cartelitos en las entradas de las puertas de las viviendas cubanas que rezaban: “Esta es tu casa, Fidel”, o sea que ni viviendas teníamos, todo le pertenecía, por mandato divino y político al Comandante.
La primera vez que le vi personalmente yo tendría unos quince años y estaba haciendo una guardia a la entrada de mi escuela secundaria, la Vocacional “Vladimir Ilich Lenin”, ubicada en el municipio capitalino de Arroyo Naranjo. Dicha institución con 4.500 alumnos, bajo régimen de internamiento y con disciplina militar, era otro proyecto, un sueño del Comandante, donde se formarían los nuevos cuadros políticos, los científicos, los artistas, los intelectuales, los ingenieros cubanos, se enunciaba entonces. No podía ser de otro modo en Cuba, donde todo lo pensaba y diseñaba él.
La institución estaba, en ese momento, en plena fase de terminación, pero ya albergaba e instruía a los estudiantes de secundaria y preuniversitario. Faltaban pocos días para su inauguración y aquella mole de dormitorios, pabellones de clases, laboratorios de idiomas, anfiteatros, museos, comedores, centros de cálculos, bibliotecas, pistas de atletismo, huertos, áreas verdes, piscinas olímpicas, tanque de clavados y hasta un hospital y todo lo inimaginable ya tenía una dimensión imponente, abigarrada y descomunal, a un costado de la carretera, justo en el kilómetro 23 del centro de la ciudad habanera.
Recuerdo que era fin de semana y yo tenía puesto mi uniforme de caqui oscuro, de las labores agrícolas, y traía un palo de escoba en la mano, como si con ello fuera a impedir que el intruso que quisiera entrar a hacer desmanes se metiera dentro de aquella masa de concreto y madera, que en ese momento no tenía cercas divisorias. Era mediodía y el sol calcinaba demencialmente, 32 grados a la sombra. Yo rezongaba y maldecía de aquella guardia que me impediría ir ese sábado a mi casa y degustar los frijoles negros y las comidas de mi madre. Justo cuando andaba con esos pensamientos, advertí por una esquina de la garita principal donde me encontraba, un jeep militar, seguido de dos o tres autos más, entrar a toda carrera por la puerta y levantar una nube de tierra colorada y polvo amarillo. Me pegué un susto tremendo y sólo atiné a levantar el palo, cuando el auto militar paró en seco dando un patinazo ridículo. De la ventanilla del auto, una cara barbuda que conocía muy bien, con gorra guerrillera me gritó, con un dejo de ironía:
-¿Y tan sólo con ese palo pretendes defender a la Revolución?, me interrogó Fidel. Yo sólo atiné a reírme con nerviosismo y me mantuve mudo de la sorpresa, sin emitir palabra alguna por unos instantes y luego rápidamente le contesté:
-Se hace lo que se puede... si no hay pan se come cazabe, como dicen los guajiros de Oriente.
Él lanzó una carcajada estruendosa pues se percató de mi respuesta sarcástica y me dijo que iba a recorrer la escuela para ver cómo estaba quedando y si estaría terminada para la inauguración, que si lo autorizaba a entrar. Entonces, me cuadré militarmente, con el palo de escoba como fusil sobre el hombro y le hice un saludo militar, en señal de aprobación. El jeep voló como un zeppelín hasta perderse de vista. Para ser mi primer encuentro con el caudillo tropical no estuvo nada mal. Después, a lo largo de mi vida - y ya como periodista profesional - me acostumbraría a verle con sistematicidad y hasta me atrevería, en mi época de reportero de la Revista “Bohemia”, la decana de la prensa nacional, con más de cien años de fundada, a salir de las actividades y congresos internacionales de salud, que él siempre presidía, en el Palacio de las Convenciones, ubicado en La Habana, justo en medio de sus discursos, pues ya sabía hasta el hartazgo qué diría y cuáles eran las cifras a las que echaría mano para hablar de las bondades de la medicina, de los proyectos educativos, del desarrollo económico, (que cada día se notaba menos en la mesa del cubano) y de los “progresos” de la Revolución, un proyecto que cada día mostraba más sus hilachas inmovilizadoras y contrarrevolucionarias.
Días después, el 31 de enero de 1974, se inauguró la Escuela Vocacional “Vladimir Ilich Lenin”. Ese día sería mi segundo encuentro con el Comandante. Yo había sido designado para estar en el momento del recorrido de las autoridades políticas por la institución docente a un aula de artes plásticas, donde se estaría desarrollando una clase práctica de pintura. Fidel entró acompañado por una numerosa delegación extranjera, el cuerpo diplomático acreditado en la isla y por si fuera poco por el mentor, guía espiritual y padrino del alumnado: Leonid Ilich Brezhnev (1906-1982), secretario general del Partido Comunista (PCUS), de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); la escuela había costado una fortuna y sería el rostro visible para el exterior del interés del proyecto gubernamental por la educación, entonces había que mostrarla. Fidel persistentemente manejó, a cada momento y con la oportunidad adecuada, el marketing político, en eso siempre fue un verdadero experto. Por ello habíamos recibido de la URSS todo el mobiliario escolar, los útiles de laboratorios de física, química y biología, los equipos de audio de las cabinas de los aulas de lenguas extranjeras, los instrumentos agrícolas para el huerto escolar, que serviría para implementar el famoso método, que él denominó martiano, de combinar el estudio con el trabajo, pues sólo de esa manera se llegaría a formar el verdadero comunista insular. Pobre José Martí (1853-1895), lo convirtieron en el autor intelectual, en el artífice de cuántos inventos o engendros surgieron en el camino.
Cierro los ojos y me parece volver a verle, en ese momento, con el rostro luminoso, casi insolente de alegría mostrar cada detalle de aquella institución, que formaría al “hombre nuevo” comunista. Nunca olvidaré a Brezhnev, que ya parecía una momia embalsamada, con aquel traje azul, lleno de condecoraciones de guerras y glorias pasadas, de medallas hasta en las mangas, cuyo peso casi le impedía moverse. Con aquel ambo de tela gruesa en medio de un trópico abrasador no me podía imaginar lo incómodo que se sentiría. El pobre anciano sonreía con cada palabra que el traductor ruso le prodigaba mostrándose interesado en todo, aunque en la práctica se estaba asando, literalmente, de calor como cerdo en púa, en fiesta de fin de año cubana.
En la clase de artes plásticas se nos había dado como ejercicio pintar una naturaleza muerta y el instructor había puesto, encima de una mesa, en el centro del aula frutas: piñas, un mamey, plátanos maduros y una manzana de cera, porque en nuestro país una manzana de verdad siempre fue un espejismo. Con ello se había armado una composición modélica para dibujar. Cuando ellos llegaron, estábamos diseminados por todo el amplio laboratorio, inmersos en nuestra tarea, algunos con más talento que otros, pues esa clase formaba parte de la cursada de estudios de la nueva escuela para formar a hombres y mujeres sensibles en la apreciación del arte, según decían los estatutos programáticos de la institución, con pretensiones vocacionales. Pero no era más que una puesta en escena para los visitantes, pues era la primera clase que recibíamos y nuestros caballetes, potes de pintura, pinceles, sillas y hasta las cartulinas, de papel importado, que envidiaría cualquier pintor profesional de la isla, habían sido traídos a las corridas el día anterior para armar aquel retablo “plástico”.
Fidel explicaba, entonces, las propuestas educativas de la escuela y la posibilidad que ella brindaba de ir contribuyendo con la orientación profesional de los alumnos; de ahí que funcionarían talleres de teatro, danza, música, agrupaciones corales, etc. Al mirar los trabajos de algunos de mis compañeros los elogiaba con frases muy alentadoras; a otros les corregía alguna línea con “delicadeza” militar o le daba una recomendación, pues también hasta de arte pictórico sabía. Cuando llegó a mi caballete y miró de reojo lo que estaba pintando me comentó, medio en sorna, medio en son recriminatorio:
-Pero eso es una interpretación libérrima de las frutas. En mi vida nunca vi - y vengo del campo - plátanos azules, ni manzanas grises, tampoco una piña con penachos tan grandes de color morado.
Yo sólo atiné a mirarle fijamente a los ojos y le riposté:
-El profesor habló de un ejercicio creativo y yo me tomé muy en serio la consigna; quizás se me fue la mano con la creatividad, le contesté a modo de disculpas, intentando restarle tenor a lo que no era más que mi primer disenso, ya a los 15 años, con el Comandante en Jefe… posteriormente llegarían muchos más desacuerdos y muchas más desilusiones. Ese día advertí, a pesar de mi adolescencia, que para Fidel los conceptos de libertad y creatividad estaban ya bastante acotados y torcidos.
Después vendrían otros encuentros-desencuentros, otros aciertos y equívocos de Fidel Alejandro Castro Ruz (¿Fidel Casiano, Fidel Hipólito?, según las partidas de nacimiento y las distintas inscripciones), que harían interminable esta recorrida por la vida de uno de los líderes latinoamericanos y mundiales más discutidos y apasionantes, con un espíritu casi camaleónico para atemperarse a las coyunturas históricas. Su quehacer excesivamente personalista y autoritario al frente de la Revolución Cubana (1 de enero de 1959) y el proceso histórico de evolución-travestismo político-involución de la nación isleña ha sido consustancial a los caprichos e ideas de su artífice, estratega y caudillo. Su accionar autoritario en las distintas etapas nacionales nos ha revelado al hombre que hay detrás de ese mito, convertido en una de las figuras icónicas de todo un siglo, gestor de un proyecto, que ilusionó a toda una generación y hoy suscita todo tipo de sentimientos, (menos la indiferencia); todo tipo de adhesiones; muchos rechazos y, sobre todo, la diáspora imparable de sus propios protagonistas, en una cifra superior a los dos millones.
Fidel Castro Ruz, llegó al poder con un doble perfil identitario: nacionalista y populista, ceñido a un discurso de restauración democrática y fue trocando su proyecto hasta instaurar un castrismo, que pasó a la historia como un “cesarismo de base comunista”, según la acertada definición del historiador español, Antonio Elorza. El triunfo de su proyecto unipersonal y su conducción estratégica tuvo una gran repercusión y adquirió legitimidad, sobre todo entre los representantes de la izquierda de América latina y los sectores académicos intelectuales europeos, del Primer Mundo, en la década del 60’ que se dejaron influir por el dogma de que el poder sale únicamente de la punta del fusil, y protagonizó algunos jalones importantes de la historia latinoamericana, como los sucesos de Bahía de Cochinos, en 1961, que pasaron a la posteridad como la “primera gran derrota del imperialismo yanqui, en América”; la Crisis de los Mísiles (1962), donde el mundo estuvo al borde de la hecatombe nuclear; la ayuda financiera y entrenamiento militar en suelo cubano de muchos integrantes de los movimientos guerrilleros centroamericanos; la alianza del Gobierno revolucionario con la Unión Soviética y el proceso de sovietización de la sociedad cubana, de los 70’ y 80’ o la desovietización de los 90’, hasta llegar al colapso económico; la dependencia del petróleo venezolano; la incompetencia burocrática, las visibles diferencias sociales entre el pueblo y una casta militar y de burócratas partidistas; la corrupción a gran escala, el racionamiento, la esclerosis asfixiante de la vida cotidiana; la represión a la oposición política y la pervivencia de un régimen no democrático en la isla, que aún decide libertades tan caras para los seres humanos, como el derecho a entrar y salir del país; el acceso a Internet y el derecho ciudadano a expresarse sin cortapisas ni represalias, como quedó confirmado con los recientes manejos gubernamentales, de fines de año, relacionados con el performance de la reconocida artista cubana Tania Bruguera, que hoy, sin pasaporte y retenida en la isla, espera un juicio amañado – donde tiene todas las posibilidades de ser condenada- por “desacato y violación del orden público”.
Como ha dicho, recientemente, el ensayista cubano, Rafael Rojas, “la historia de la revolución cubana es, en alguna medida, la historia del cuerpo de Fidel Castro”. Y yo agregaría de las ventosidades de su castroenteritis aguda… y convengamos que, en los últimos años, ese cuerpo hemorrágico y desgastado, debido a un crecimiento fulminante de células enfermas y tripas debilitadas, no logró regenerarse, como tampoco ha conseguido la isla salir del precario estado de salud económica y social en que ha quedado sumida, después del retiro formal del senil mandatario, que parecía inmortal como la cáscara vacía de un partido dirigente que ya hoy no resuelve problema alguno, sin cambios de fondo en las estructuras de gobierno y el partido comunista, a pesar de que muchos hablen y crean que existe una nueva etapa histórica, un “querer hacer transformaciones” en las manos de su hermano, Raúl Castro y se especule sobre esperanzas y renovaciones reformistas en Cuba con el restablecimiento de relaciones económicas y diplomáticas con los Estados Unidos o de un cambio fundacional que nos devuelva a todos los cubanos -los de adentro y los de afuera – las ilusiones y el tiempo perdidos.