miércoles, 15 de julio de 2015

Cirenaica Moreira: Y la escena a fuerza de trabajar en solitario.















Texto: Juan Carlos Rivera Quintana. 


Cirenaica Moreira (La Habana, 1969) es - sin lugar a dudas - una de nuestras mejores fotógrafas cubanas. Graduada, en 1992, del Instituto Superior de Arte (ISA), ubicado en La Habana, Cuba, en la especialidad de actuación, ha sabido aprovechar todas las clases de dramaturgia y los técnicas actorales recibidas para construir una de las poéticas  más originales en el panorama de la fotografía contemporánea insular.  

Su discurso apela y construye casi un retablo teatral en cada fotograma - con la mujer como protagonista y sujeto - desde una óptica muy auto referencial, con una estética que interpela, que cuestiona desde su mirada los tradicionales roles asignados a las “mansas” mujeres, en Latinoamérica.

Por momentos, sus atmósferas oníricas, sus códigos expresionistas que abrevan mucho en la cinematografía dejan ver  una mirada “rosada” para - de una manera mordaz y hasta corrosiva - hundir el escalpelo allí donde se precisa la crítica, donde urge levantar la voz para gritar en contra de la violencia contra las mujeres; por momentos, su lenguaje se torna beligerante y habla del dolor, de la escasez material en una isla donde falta de todo, de los viejos dogmas y ritualidades que han intentado encorsetar a las féminas.
En oportunidades, sus obras penetran en “los mitos contemporáneos, en el reverso mágico  de las tareas ordinarias, en el gesto femenino que invita o rechaza, en los efectos de una realidad envolvente que marca la forma y los proyectos de las persona”, al decir acertado del artista cubano Manuel López Oliva.

Y es que en sus fotogramas, Cirenaica Moreira intenta definir lo identitario, a través de un juego donde auto-proyección y percepción se dan la mano para configurar uno de los discursos plásticos más originales - desde lo fotográfico - de estos últimos tiempos en Cuba y Latinoamérica.

Mención especial merecerían sus fotos con esa argamasa casi inocente, donde se permite, incluso, jugar con el color rosado en la composición de la escena y hasta en el vestuario de la modelo-actriz para alertar y desmitificar  acerca de los viejos estereotipos femeninos, que tanto han lastrado las posibilidades de desarrollo intelectual y creativo de muchas mujeres.

Además, su trabajo con el cuerpo desnudo y sus fragmentos y algunos símbolos (léase: espinas, alfileres, lazos, sangre menstrual, piernas mutiladas y hasta sombrillas y rosas, entre otros) intentan trastocar la percepción de lo aceptado y estereotipado para lanzar un grito de protesta contra todo lo que domestique, necrose e inmovilice en el mundo de la mujer.

De ahí que parecería casi ilógico que a Cirenaica Moreira no le guste definirse como fotógrafa, tampoco como actriz pues para ella “1a fotografía ha sido solo un medio, el soporte que he utilizado”, confiesa en una entrevista reciente. Yo más bien diría que su instrumento, una excusa para denunciar y levantar el tono de la voz conformando su escena a fuerza de trabajar en solitario y llamar la atención de los transeúntes, que hoy nos asomaremos al quehacer creativo de una alquimista de los blancos y negros, las sepias y algún que otro rosado pastel. Acá pues, una pequeña muestra – a modo de presentación - de su obra fotográfica.

René Peña o la estética del desconcierto


Texto: Juan Carlos Rivera Quintana.

 Todo empezó para el fotógrafo cubano autodidacta, René Peña (Pupi, como le conocemos sus amigos de adentro y fuera de la isla), con su interés por las obras de Munch, Van Gogh, por la estética de Mapplethorpe y su tratamiento del desnudo; por las pinturas de Dalí, y los filmes de Buñuel; por la reiteración con que observaba y deconstruía ciertos recortes de las revistas de arte, que llegaban a sus manos; por algunos desnudos cinematográficos, que miraba y remiraba; por los afiches del creador isleño 








Múñoz Bachs que le gustaba coleccionar y de los que intentaba aprehender aquella síntesis gráfica. Y así comenzó todo. Y un buen día René Peña empezó a tomarse en serio el tema de las distancias, los blancos y negros, los medios tonos y las sombras y se compró una vieja cámara y comenzó a hacerle click a su obturador y dio inicio a su proceso creativo, que ya no encuentra descanso alguno.


En una ocasión - hace unos 20 años - le pedí una foto para mi primer libro de poesías, titulado: "Alquimia de Fantasmas", que se publicaría en Buenos Aires, en 1997, y me dio con gran desprendimiento una hermosa obra, cuyo original aún conservo y tengo en un lugar protagónico en mi casa porteña. Entonces ya nos conocíamos, habíamos tomado algún que otro ron y hablado mucho de arte cubano, junto a nuestros amigos comunes. Aún le estoy agradecido de aquel gesto y de haberme prestado sus originales para montar una exposición en la "Revista Bohemia", la decana de la prensa cubana, donde yo trabajaba como periodista y quería presentar el libro de poesía de las alquimias.

Recuerdo que, en aquella ocasión, después de montar unas doce fotos de René, la directora de la publicación, me ordenó bajar dos de las obras, porque los periodistas militares de la "Revista Verde Olivo", que entonces radicaba en el piso de arriba del nuestro, se habían ofendido y consideraban pornográfico esas piezas creativas. No pude resistirme ("donde manda capitán, no manda soldado", solía decir mi madre y estábamos en Cuba). Una de esas obras (la del desnudo masculino con la balloneta, que aparece en el book), me la obligaron a bajar de la exhibición y ese año, resultó la ganadora del Primer Salón de Desnudo, convocado por la Fototeca de Cuba. Entonces, sentí una enorme felicidad... se hacía justicia artística con una pieza de valía internacional, que había sido censurada meses antes por cegueras y dogmas creativos.

Bueno, sin más dilación acá les dejo con algunas de las obras de René Peña (Cerro, 1957), graduado además de Lengua Inglesa, en el Instituto Superior Pedagógico de Lenguas Extranjeras, en la Universidad de La Habana, para que la valoren, justiprecien  y todos los que quieran admiren un quehacer creativo que mezcla los íconos religiosos, con los rostros desdibujados; el tema afrocubano y negro con la intimidad de una sala habanera; la pobreza insular con una estética queer e incluso fálica y que ubica a este creador - a no dudarlo - entre los mejores de la fotografía latinoamericana, de hoy en día.